Día uno
La brisa mecía dulcemente la copa de los árboles. El movimiento que le imprimía a la torre de vigía producía tal sopor que hasta mantener los ojos abierto costaba. Eylene trataba por todos los medios mantenerse ojo avizor, pues durante las guardias estaba terminantemente prohibido distraerse. Eylene resistía a duras penas, no debía caer en los deliciosos brazos del sopor pues debía seguir manteniendo la guardia. El Señor se había vuelto muy taimado últimamente y tan pronto soplaba esa dulce brisa como vientos huracanados arrasaban Faer'ungoth. La Ama proveía y Eylene debía corresponder. Su generosidad debía ser compensada. Su misión consistía en salvaguardar la pequeña oquedad en el tronco del gran árbol. Defender la estrecha entrada en el infranqueable muro de espinos que alfileteaban las ramas y el tronco pero esa noche el Señor estaba especialmente seductor y provocó que Eylene de la casa Caille'sath fallara en su sagrada misión. Eylene se hundió en un profundo sueño esperan...