Búsqueda

Las sombras, apenas proyectadas por aquellos raídos jirones de tela que cubrían el ventanal, danzaban reflejadas en el cristal. El fantasmagórico brillo que despedía el líquido de suspensión iluminaba el rostro cansado de Alhoc.

Llevaba semanas en la misma postura. Apenas si se había movido para ir a buscar algo de sustento por los alrededores y saciar sus variopintos instintos. Las horas pasaban demasiado lentas. Sus nervios, antes bajo control, comenzaban a desencadenarse y aquello solo podía significar una cosa. Pronto se vería obligado a abandonar su refugio en la colina y dar rienda suelta a su instinto.

Aún recordaba el tiempo donde era capaz de ocultarse, mezclarse entre el resto de razas sin ser detectado, pero algo había cambiado. Muchos de los suyos habían sido cazados como animales, lenta pero inexorablemente. Le costó años averiguar cuál era el motivo. Uno de los suyos se había cambiado de bando, sencillamente, porque no estaba dispuesto a respetar las leyes de caza. Yalhoc quería matar a su antojo, deseaba sentir los fluidos corporales de sus víctimas, bañarse en ellos y no sólo para alimentarse.


Años atrás se había llegado, a lo que posteriormente se denominaría La Firma del Renacer. Hasta ese mismo día, los clanes habían saciado su sed de sangre en las continuas guerras internas por poder. Su territorio aún inexplorado les daba total libertad para mostrarse tal y como eran, los Hijos de Lhoc, aunque esa situación pronto cambiaría.


Unos meses antes del pacto habían llegado hasta nuestra puerta unos extraños seres a lomos de pájaros de fuego, mucho después aprenderíamos que eran construcciones surgidas del conocimiento común de las otras razas. En ese instante todo cambió. Intentaron acercarse a nosotros de forma pacífica, algo que rechazamos. Nos mostramos recelosos y mantuvimos las distancias con los extraños pero fuimos incapaces de resistir a nuestros impulsos. Comenzaron de nuevo las guerras civiles entre clanes una vez superada la ansiedad inicial de la situación, al comprobar que los extraños seres también se mantenían a distancia de nosotros. Éstos se pasaban la mayor parte del tiempo recogiendo plantas, tierra e incluso llegué a ver a algunos cazando animales. Ellos al ver nuestra verdadera naturaleza intentaron una última vez contactar con nosotros. Esta vez respondimos con las armas.

Fuimos diezmados en cuestión de horas. Aunque poco tiempo después me percaté que solo habían matado a los guerreros que superaban cierta edad. Pocos días después se había establecido el pacto.

Los Jaklhoc de los cinco clanes principales se habían reunido y tras una larga comunión con los espíritus de la tierra determinaron que debíamos sobrevivir como fuera. Debíamos cazar solo para alimentarnos y nunca eliminar del todo a la presa. Debíamos repartir la comida entre múltiples presas para mezclarnos entre las otras razas, pero eso fue hace mucho tiempo. Hoy subsistimos como animales, escondidos en los lúgubres agujeros que las otras razas han abandonado. Sus antiguas ciudades, ahora devastadas, son nuestros últimos refugios, pues por algún motivo no se internaban demasiado en ellas.


Alhoc llevaba meses con la misma rutina. Cazar, cubrir sus necesidades y regresar junto al tanque de suspensión para quedarse observándolo. Aquella mañana todo parecía seguir la misma y tediosa rutina, pero al acercarse al refugio algo le llamó la atención. Era un leve aroma, una esencia que había creído olvidar. Presa del pánico se inclinó sobres sus extremidades superiores y cruzó, como una saeta, el pequeño claro que lo separaba del bosque donde se hallaba su escondite.

Al internarse en el bosque tuvo que reducir la velocidad pues cualquier sonido podría delatar su posición. Se acercó al edificio tan rápido como le fue posible y a medida que se acercaba el aroma se intensificó. Sus corazones acoplaron sus ritmos aumentando sus bestiales habilidades. Llegó al tanque sin ver nada, solo olfateando esa esencia que ahora impregnaba toda la estancia. De repente se irguió cuan alto era y se desplazó hasta la entrada. Se quedó paralizado al no ver nada. No había resplandor fantasmal, agudizó su oído pero no lograba captar el leve burbujeo del líquido. Algo iba terriblemente mal. Dio un paso hacia el interior, luego otro. Tras el tercero, un gélido pinchazo le obligó a detenerse de nuevo. Está vez debía controlar además aquel terrible dolor que ascendía por su extremidad inferior.

Rápidamente se deshizo de algo que le había atravesado la almohadilla de su extremidad y sin hacer mayor caso de la herida volvió a caminar. Notó cierta humedad pero pensó que era a causa del fluido que debía estar emanando de su herida.

De pronto un haz de luz, de las dos lunas gemelas, inundó la habitación y pudo ver que no todo era debido a sus fluidos. El tanque había sido destrozado. El líquido se filtraba entre las grietas del suelo y el cuerpo de su ocupante se deshacía lentamente.


Alhoc era un guerrero y como tal estaba adiestrado para no mostrar emociones, pues nublarían sus instintos, pero en esa ocasión libero un gruñido de desolación. El último Jaklhoc había sido destruido durante su largo Lhoclazar. En este estado, los Jaklhoc curaban sus heridas, al tiempo que se fundían con las energías del planeta para entrar en comunión con las bestias guardianas de su raza así como para obtener la bendición de Lhoc.

Toda su raza había sido casi exterminada por el afán de un único miembro por continuar las antiguas tradiciones.


Alhoc había perdido su propósito. Se encontraba perdido y exhausto mientras las fuerzas le abandonaban por la herida. Debía descansar para regenerarse pero no allí. Temía que los causantes de aquella desgracia volvieran si habían sido bien informados por Yalhoc.

Tras horas vagando entre las construcciones, ahogadas por la vegetación, encontró un cubil que parecía un escondite tan excelente como los últimos cinco que había encontrado ¿por qué entonces había seguido caminando, buscando? Desconocía la respuesta. Se introdujo como pudo por la escasa abertura que restaba entre las grandes raíces que lo cubrían todo y se acurrucó en una esquina y durmió.


Cuando despertó sus sentidos estaban embotados. Notaba su cuerpo distinto y aunque trataba de reclamar la fuerza que debería estar creciendo en su interior, algo le impedía alcanzarla. Tras lograr levantar la cabeza se dio cuenta de que se hallaba sujeto por fuertes cadenas. Los grilletes le hacían daño pero apenas se mantenía en el borde de su consciencia como si de un insecto se tratara pues había algo más imperceptible. Algo que atrapaba todos sus sentidos en un burdo intento por determinar de que se trataba. Notaba unas picaduras que ardían a intervalos regulares. De pronto una voz le hizo girarse tan rápido como le fue posible, algo que le produjo terribles náuseas. Mientras tosía notó como sus sentidos iban regresando lentamente, notó como el calor de su rabia le abrazaba desde el interior y se expandía rápidamente como si quisiera expulsar el veneno de su cuerpo.

Frente a él se encontraba Yalhoc con una sonrisa macabra desdibujada en su rostro. Sonó un chasquido. Silencio.



Yalhoc abandonó la sala lentamente, relamiéndose. Ver la ejecución de su antiguo hermano de armas y de sangre le despertó el salvaje animal que llevaba dentro. Esa noche se daría un festín en honor a Alhoc.


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